miércoles, 19 de diciembre de 2007



Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo solo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.


Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.


Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.


Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

Luis Cernuda

domingo, 9 de diciembre de 2007

Música para las masas



El volumen Arguing about Art contiene dos interpretaciones aparentemente opuestas del éxito del pop y el rock sobre otras formas de expresión musical. Para Roger Scrubbs esto no es sino el triunfo del relativismo estético y el subjetivismo en detrimento del criterio estético. Si establecer jerarquías de estilos musicales es considerado como elitismo esnob, la critica sólo puede ejercerse dentro de cada estilo musical y sin poner en cuestión su validez. La democratización del arte lleva por tanto a su banalización. Puesto que sobre gustos no hay nada escrito, el pop (el fast-food musical), es cada vez más popular. Este declive cultural es síntoma de una crisis más amplia. Sólo en una sociedad que ha fracasado como comunidad articulada en torno a valores y principios pueden aceptarse como expresiones artísticas igualmente válidas las sinfonías de Beethoven y las canciones de Smashing Pumpkins. Y sólo al agregado anárquico de individuos resultante de este fracaso puede resultarle grata una música rock contracultural carente de melodía que glorifica la alienación y el individualismo.


Por su parte, Theodir Gracyk considera que más que la ausencia valores comunes, lo que refleja el auge del rock es el ascenso del pluralismo político. La música contemporánea se caracteriza por la pluralidad, la fusión y el cambio constante, lo que da al traste con la idea de que existe una sola tradición musical válida. No es que el criterio estético haya desaparecido, es que es más necesario que nunca para seguir la pista a una implosión musical en perpetuo movimiento. De ahí que Afterpop, Eloy Fernández Porta denuncia que ya no valen dicotomías facilonas tipo alta cultura -cultura pop, construidas haciendo uso de unos parámetros interesadamente erróneos.
Respecto al predominio del ritmo y la misantropía de la música underground, Gracyk señala que dentro de la multiplicidad de estilos musicales nos identificamos con aquellos que cobran sentido para nosotros en cuanto que somos miembros de una comunidad. En Internet podemos escuchar música folclórica árabe o japonesa, pero no lo hacemos porque no sabemos como escucharla, carecemos de referentes. Esta idea de música en comunidad explica la prevalencia del ritmo: la música pop es música de baile, sólo puedo vivirse en grupo.



En mi opinión ambas posturas son acertadas, ya que lo que describen son dos caras de una misma moneda, el nihilismo. Tomo esta idea del nihilismo como un proceso dual del libro de Gil Villa El mundo como desilusión. La sociedad nihilista. Para este autor, el nihilismo se manifiesta primeramente como una fuerza destructiva que hace añicos las creencias y valores existentes. A esta fase de furioso nihilismo reactivo le sigue otra de desolación al constatar que no quedan ideales que puedan ocupar el lugar de aquellos que han sido descartados. Esta “ilusión de poder vivir sin ilusiones” es una tarea sólo apta para el superhombre, que representa por tanto lo contrario que la figura del héroe. Esta aceptación de que ha de vivirse sin valores absolutos es para Gil Villa la simiente de la que brota la tolerancia necesaria para ejercer el liberalismo político tal como lo describe Rawls.

No se trata ni mucho menos de una postura fácil o de resignación. El superhombre no renuncia a tener ideales o a preconizarlos, pero es consciente que en un mundo tan mundano y tan complejo no hay lugar para el proselitismo, sino para la persuasión y el consenso, que llevan inevitablemente a la desvalorización de esos ideales. Asimismo debe resistir la tentación de seguir a flautistas de Hamelin que supuestamente nos llevan allá donde aún perviven los valores absolutos. La melodía que tocan estos encantadores de serpientes es de sobra conocida, pero no por ello menos peligrosa. Son los discursos antiliberales que sacralizan el pasado (la pasión por lo primigenio del nacionalismo) o el futuro (el fundamentalismo religioso). Estos cantos de sirena no llevan a buen puerto sino a un naufragio seguro.

Aun a sabiendas de que a todos nos gusta creer que vivimos en una época especial, sí creo que hay suficientes indicios para aseverar que estas dos últimas décadas son el tránsito de una fase a otra. La conciencia de haber llegado al final de la historia (democracia representativa + economía mixta) nos ha dejado en estado de shock. No sólo por la desazón que nos produce el ver en qué se han convertido nuestras utopías sino también porque sabemos que ya no nos queda nada más que soñar, si acaso pesadillas (guerras frías, fundamentalismos incandescentes, catástrofes nucleares, hecatombes climáticas, 11-S, 11-M, 7-J…).


Esta angustia ha quedado reflejada en la música popular, con una transgresión basada cada vez más en la agresión. Como puede verse en la película 24 Hour Party People, esto se puede plasmar tanto en el nihilismo abrasivo de los Sex Pistols o Joy Division como en el hedonismo compulsivo de New Order, el acid house o los Happy Mondays.


El punk, el pop, el heavy metal, el rock gótico o el grunge, el hip-hop y gran parte de la música electrónica son otros callejones sin salida que agradan a aquellos que sienten fascinación por el malditismo. En cualquier caso son manifestaciones del nihilismo reactivo que surgen como reacción contra algo, pero que no aporta nada en si mismo.

La transición de una fase a otra puede apreciarse en la carrera de Henry Rollins y The Cure. La rabia y el Angst de los ochenta (Black Flag, Faith, Seventeen Seconds), son sustituidos por una serenidad que duele porque es honesta.







Es un hecho: el paso del ángel de la historia de Walter Benjamin ha hecho añicos las grandes ideologías. La frustración de vivir entre ruinas se agudiza cuando comprendemos que solo se puede construir de nuevo reutilizando escombros. Más que vivir en la posmodernidad, lo que nos aterra es sentirnos atrapados en la modernidad. De ahí que necesitemos más que nunca a aquellos que saben atisbar esquirlas de belleza para no caer en el cinismo o la desesperación.




Quizás uno de los atributos más sanos del rock es la creación de comunidades artificiales que llevan a la desacralización de lo colectivo. La cultura del entretenimiento otorga una identidad colectiva allá los mecanismos tradicionales (la religión, la política) empiezan a fallar. Somos lo que consumimos, y especialmente lo que escuchamos.
Otra cualidad que hay que apreciar es su épica inofensiva. Nuestra necesidad de mitos, héroes y fetiches, queda saciada con posters, festivales, autógrafos y camisetas. Si hay que dar salida al fan-atismo, es ciertamente mucho más saludable optar por McWorld que por Jihad. Puede parecer una forma de escapismo frívolo, pero al menos sabemos que nos escapamos con cierto estilo y con gente de absoluta confianza.